En un mundo del vino que parece obsesionado con las novedades, a veces lo más emocionante es redescubrir lo que siempre estuvo ahí. Dos variedades históricas —Mission y País— están resurgiendo con fuerza, recuperando no solo sabor, sino también una historia profundamente enraizada en migraciones, tradición y resistencia.
Del vino colonial al olvido
Mission y País son, probablemente, las primeras uvas viníferas plantadas en América. Introducidas por misioneros españoles en el siglo XVI, jugaron un papel clave en los orígenes del vino en California, México y Chile. Mission (también conocida como Listán Prieto) fue la primera vid cultivada en California, mientras que País se convirtió en la base del vino sacramental y casero en el Chile colonial.
Entonces, ¿por qué desaparecieron?
Con la expansión del comercio global y la estandarización del gusto en los siglos XIX y XX, las variedades como Cabernet Sauvignon, Merlot o Chardonnay pasaron a dominar el mercado. Mission y País, consideradas "simples" o "poco refinadas", fueron relegadas a la producción masiva o al olvido. Su identidad se diluyó en un sistema que privilegiaba lo internacional sobre lo local.
Durante décadas, estas uvas sobrevivieron de forma marginal: en viñas antiguas, en manos de agricultores tradicionales o en vinos sin nombre ni reconocimiento.
Una nueva generación, una nueva mirada
Hoy, estas uvas están viviendo un renacimiento inesperado. Jóvenes enólogos en Chile y California han comenzado a valorar lo que antes se descartaba: su autenticidad, su adaptabilidad al cambio climático y su conexión con el territorio.
En Chile, especialmente en regiones como Maule e Itata, pequeños productores trabajan con viñas centenarias de País, cultivadas sin riego y con prácticas sostenibles. El resultado: vinos ligeros, vivos, de baja graduación y con carácter propio.
En California, proyectos independientes en Sonoma, Santa Bárbara y Sierra Foothills están elaborando vinos de Mission elegantes, frescos, con notas florales y frutales. Lejos de los estilos pesados, estos vinos ofrecen una experiencia ligera y expresiva —entre un Pinot Noir y un Beaujolais, pero con alma propia.
Beber historia, no solo vino
Probar un vino de Mission o País es beber historia líquida. Es reconectar con siglos de cultura, mestizaje, espiritualidad y resistencia. Son vinos que no necesitan roble ni extracción para impactar: lo hacen desde la sutileza, la acidez y la verdad del viñedo.
Su perfil —baja tanicidad, buena acidez y fruta limpia— los convierte en excelentes aliados gastronómicos: desde vegetales a la parrilla hasta aves, pasando por tapas, cocina mediterránea o platos asiáticos ligeros.
Para los lectores de Corkframes —que valoran el diseño, la artesanía y las historias con alma—, estos vinos son mucho más que una moda. Son una forma de repensar el vino, desde sus raíces hasta su futuro.