La Provenza, en el sur de Francia, es una de las regiones vinícolas más queridas del mundo. El paisaje está marcado por campos de lavanda, olivares y encantadores pueblos en lo alto de las colinas, pero son sobre todo los elegantes vinos rosados los que han hecho famosa a la región. Viajar aquí significa descubrir el alma de la viticultura: desde las brisas frescas de la costa hasta los soleados viñedos del interior.
La cuna del vino rosado
Provenza es sinónimo de vino rosado. Más de la mitad del rosado francés se produce aquí, caracterizado por su color pálido, acidez fresca y aromas de frutos rojos, cítricos y hierbas. Uvas como Garnacha, Cinsault, Syrah y Mourvèdre se combinan a menudo para crear vinos que capturan a la perfección el estilo de vida mediterráneo.
Rutas del vino y bodegas por descubrir
La región ofrece numerosas rutas vinícolas donde los visitantes pueden degustar vinos directamente en las bodegas. Algunas de las denominaciones más reconocidas son:
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Côtes de Provence – la denominación más grande, famosa por la diversidad de sus rosados.
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Coteaux d’Aix-en-Provence – donde la tradición se une a la innovación, con rosados y tintos.
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Bandol – reconocida por sus potentes tintos de Mourvèdre y también por rosados estructurados y gastronómicos.
Costa o interior – un terruño de contrastes
La Provenza ofrece una diversidad fascinante según la ubicación de los viñedos. En la costa, las brisas marinas aportan frescura y mineralidad, mientras que los viñedos del interior producen uvas más intensas y con mayor profundidad gracias al sol y al calor.
Maridajes perfectos entre vino y gastronomía
Un viaje vinícola por la Provenza es también una aventura culinaria. El rosado combina maravillosamente con pescado a la parrilla, mariscos y ensaladas frescas. Los tintos de Bandol acompañan a la perfección cordero, caza y guisos contundentes, mientras que los blancos frescos de la región son ideales para ostras y mariscos.
Un viaje para todos los sentidos
Viajar por la Provenza es abrazar un estilo de vida en el que el vino, la comida y la naturaleza se funden en uno. No solo se degustan los vinos: se contemplan los paisajes donde crecen las uvas, se conoce a los viticultores y se respira el aire perfumado de lavanda. Es una experiencia que perdura mucho después de que la copa se haya vaciado.